Romain Rolland sigue siendo un desconocido en nuestro país. Es una injusticia mayúscula porque fue uno de los grandes, grandísimos pensadores libres del siglo pasado. No sólo fue un pensador libre sino que fue un pensador libre comprometido.
Rolland era una persona que no debía descansar nunca, su obra, su trabajo durante la primera guerra mundial, sus relaciones epistolares (fue refugio intelectual, auxilio y ánimo para decenas de personas: desde Miguel de Unamuno a Stefan Zweig). Todo parece apuntar a que debía dormir poco. Supongo que debe ser difícil dormir cuando sabes que la gente se está matando por los intereses de otros mientras muchos de tus colegas han sucumbido a la llamada de la bandera. Rolland, además, era un cerebro inquieto. Creyó como pocos en que Europa no era el epicentro de las ideas y que mirar a Asia era una gran idea, miraba incesante a ese continente y sus filósofos como el niño que se sabe delante de alguien de quien tiene mucho que aprender.
De sus relaciones epistolares quizá haya que destacar la ya mencionada que le unió a Stefan Zweig. Entre ellos existen casi mil cartas que van desde poco antes del inicio de la Primera Guerra Mundial, pasan por el periodo entre las dos guerras y acaban con la entrada de los nazis en Francia ¿Por qué? Porque con la ocupación Romain Rolland se dio un poco por vencido. Ya había soportado una vez todo ese tormento. Lo había intentado una vez y veía como el mundo volvía a caer en el mismo desastre con excusas propagandísticamente más elaboradas pero la misma oquedad de ser. Su amigo, Zweig, también algo trastornado, volvió a buscar alivio en su amigo para soportar esos malos vientos pero su amigo se había bajado ya del mundo. Romain Rolland se encontraba en el sur de Francia, completamente aislado de todo y todos, finalizando las biografías en que estaba enfrascado. Fue su mujer quien advirtió al austriaco de que su amigo ya no estaba, aun existiendo y escribiendo. Zweig se suicidó en 1942. Yo estoy segura de que Rolland podría haberle vendado la herida sangrante pero ya no estaba, aun existiendo y escribiendo. Murió en 1944.
Estas son algunas de las cosas que encuentro cuando edito libros. Cosas que aprendo y que quiero compartir. Cosas que creo que son importantes porque al final no hacen otra cosa que reafirmar la necesidad de los libros por los que decido jugármelo todo.
El otro día vi la televisión. Escuché hablar de guerra (por Gibraltar, y eso que no estamos en agosto, que es cuando toca hablar de Gibraltar porque no hay otro tema del que hablar), escuché hablar de un atentado en San Petesburgo (y recordé la película Sarajevo, que de vez en cuando me gusta ver para recordar algunas cosas que nos han explicado y nos hemos creído porque así nos las han explicado). Yo deseé que muriera en ese instante un delfín para que esas personas que saben de todo hicieran gala de todos sus conocimientos sobre la muerte súbita de los delfines pero no sucedió, por suerte para todos los delfines del mundo (Recuerden, y ya lo cantaba Krahe, «habrá que desmenuzar la última noticia (…) habrá que documentarse sobre los delfines»). ¡Cuánto ruido!
Pues no, soy discípula de Nico Rost, y me niego. Por eso quiero compartir con vosotros la Introducción y Primer artículo de «Más allá de la contienda» y «Los precursores». Y, recuerden, recuerden SIEMPRE, «en un momento como este, el silencio mismo es un acto en sí».
¡Qué gustazo y qué regalo compartir reflexiones, pequeños (grandes) descubrimientos y anécdotas (¡ver la tv! XD)!
¡Y por supuesto la introducción y primer artículo!
Me pilló en casa de mis padres. Es terrible porque de repente sufres como una sobredosis de estupidez.
El nivel es insultante. El «ya pensamos nosotros por ti, tú consume y cierra la mente» es descarado. Afortunadamente tiene botón de apagado (aún) (Que ya lo querría para sí, Winston Smith 🙁 )
El ser humano no ha aprendido nada y yo me pregunto muchas veces si aún seguimos avanzando o ya hemos empezado a retroceder.