Un poema para Hans Beimler

Como ya os he comentado en alguna ocasión, Hans Beimler alcanzó una popularidad sin precedentes entre los antifascistas de Europa tras conseguir huir del campo de concentración de Dachau la víspera de su fusilamiento.

Su muerte, en el frente universitario de Madrid, desembocó en un funeral multitudinario que recorrió las calles de Madrid, Valencia y Barcelona, donde se instaló su capilla ardiente antes de ser enterrado en el cementerio de Montjuic.

Y el hombre se convirtió en leyenda. Inspiró canciones, sellos, batallones y grupos de resistencia y, por supuesto, poesía. Son muchísimos los textos que especialmente los escritores españoles le dedicaron de manera póstuma. Aquí dos de ellos.

-¡Frente rojo!-, dijo el héroe. 
Y cayó en tierra Hans Beimler.
Lo oyeron los españoles,
lo oyeron sus alemanes,
franceses e italianos,
lo oyó Madrid, lo oyó el aire,
lo oyó, temblando, la bala
nacida para matarle.
-¡Frente Rojo!-, y cayó en tierra
castellana, de leales,
quien vino desde muy lejos
a sembrar aquí su sangre.
-¡Frente Rojo!- Que lo escuche
la Alemania de las cárceles
y verdugos que levantan
las secas hachas que caen
sobre los cuellos que nunca
jamás quisieron doblarse.
-¡Frente Rojo!- Suene, silbe,
cruce como bala, estalle
por mar, por tierra, por cielo,
por astros, por todas partes,
vertiginoso, este grito
-¡Frente Rojo!- hasta clavarse,
profundo, en los corazones
que lo quieran, que lo amen,
que lo griten -¡Frente Rojo!-
como lo gritó Hans Beimler.
Madrid, que tiene memoria,
lo gritará hasta quedarse
las bocas de sus fusiles
secas de tanto gritarle.
-¡Frente Rojo!- Silba el tren,
campo de España adelante.
Se descubren las aldeas,
los pueblos y las ciudades.
Entre huertos y jardines,
banderas y naranjales,
Valencia saluda el cuerpo
-¡Frente Rojo!- de Hans Beimler.
Los mares de Cataluña,
sus viñas, sus olivares,
las ramblas de Barcelona
-¡Frente Rojo!- de Hans Beimler.
¡París, París! Tus obreros,
cantando, en hombros lo traen,
llevándolo hacia los barcos
que se llevan a Hans Beimler,
ya que su patria alemana
caminos no quiere darle.
-¡Frente Rojo!- Por Moscú,
por la plaza Roja, grandes
cortejos y multitudes
y cantos van a enterrarle.
-¡Frente Rojo!- Junto a Lenin,
allí, tranquilo, descanse.


Rafael Alberti


Ahora te encuentro, Hans Beimler,
cuando cierras tu jornada;
ahora me acerco a tu cuerpo,
cuando ya tu cuerpo marcha
flotando en un mar de hombros
que lo separa de España.
Dicen que vas muerto, hermano,
pero tu vida no acaba
porque se sequen tus venas
y se hiele tu garganta.
Si están tus venas vacías,
nuestra tierra está empapada
y aún caliente con la sangre
que de tu corazón falta.
Y si está tu lengua quieta,
aún tiene el aire palabras
con que recordar los ecos
de tu voz en las batallas.
Si están tus brazos tranquilos,
aún se mueven tus hazañas
por los campos de Castilla
entre el rumor de las armas.
No es esto morir, hermano,
sino dar vida y hallarla,
que la muerte, cuando es muerte,
de la tierra nos separa,
y tú te quedas con ella,
roja semilla que aguardas
para crecer con la espiga
que hoy defienden nuestras balas.
Naciste lejos, hermano,
pero la Muerte en España,
te hizo nacer en su tierra
para ganarte a su patria….

Te habló la Muerte a lo lejos:
-Hermano Hans Beimler, baja
desde los hombros de nieve
de nuestra Rusia lejana.
Cruza los campos franceses,
los blandos campos de Francia,
que hoy para luchar en ellos
tienen tu fuerte palabra
y en los campos españoles
toda tu sangre no basta.-

Te habló despacio la Muerte;
tú, escuchaste su palabra.
Ahora la Muerte, vencida,
Va en tu cortejo enlutada,
llorándole en tu memoria
el eco de sus palabras.

Salud, Hans Beimler, tu cuerpo
va lejos, pero cercana
tu sangre aquí en nuestro suelo,
moja tu caliente entraña:
árboles que se levanten,
te alzarán vivo en su savia.

Vuélvete, duerme tranquilo,
que aunque te vas, en España
quedas hecho tierra y viento,
agua y luz viva del alba.
Si un cuerpo tu vida pierde,
un mundo en cambio la gana.


Emilio Prados

¿Te ha gustado?

115

Ayer llegó un nuevo mail de esos que me dejan con la boca abierta. Aunque haya pasado 114 veces más, no me acostumbro a la valentía y generosidad de las personas que deciden apoyar el proyecto (y el reto) que supone ContraEscritura.

Hace un pelín más de tres años que se publicó el primer libro, Ensayos del dolor propio. Desde entonces, poesía, diarios, novelas, autobiografías,… once libros, una plaquette y un fanzine. Multitud de nuevas librerías, de soldados que defienden en sus trincheras otra manera de trabajar en el mundo de los libros. De otras decidimos desaparecer, alguna cerró. Esta lucha es constante.

Los y las socias sois caso aparte. La mayoría no utiliza sus descuentos e incluso acuden a librerías, me recomendáis nuevas trincheras, ahora siempre tengo unos ojos en que refugiarme prácticamente a la ciudad a la que acuda como Melquíades llevando el hielo bajo el brazo. Muchas veces no sé por qué estáis ahí. A algunos os lo he preguntado y me han gustado mucho las respuestas. Me gustan vuestros mensajes y ánimos.

Ahora que sois más que una centuria, abriré los comentarios en la página de ¿Socios? para que expliquéis por qué os hicisteis socios, por qué seguís ahí o por qué creéis que fue una buena decisión (si es que creéis todo eso).

Mi amigo falangista y yo

Sí, soy amiga de un falangista. No de los de ahora sino de los que tenían el carné firmado por el mismísimo fundador del movimiento (más tarde lo perdió y, aunque le pesa, tiene otro del montón).

Ahora es cuando las personas que habitualmente compran los libros de esta editorial o me conocen de alguna manera os estaréis preguntando cómo es posible que tenga un amigo falangista. Ciertamente, igual es muy generoso llamarlo amigo pero creo que lo es, aunque remoto. Pero mejor empiezo por el principio.

Mi pasión por la Historia empezó con 11 años y la Guerra Civil española, ¡qué típico! Cuando cumplí 18 años pedí como regalo a mis padres que me llevaran a Belchite. Y cumplieron. Entonces las visitas no eran guiadas y me sentí libre para meterme en casas que bien podrían haberse derrumbado sobre mí junto a la cámara analógica que llevaba. Un par de años más tarde, tantas veces después (a todo el mundo le quería enseñar aquello y explicarle cosas como que había dos bandas de música -una de izquierdas y otra de derechas- que se turnaban para tocar en la sala de fiestas del pueblo y cosas y más cosas de las que me iba enterando) volví con mi hermana, su pareja y mi nueva cámara digital. La visita ya era guiada pero mi hermana me protegió de todo y le comenté a la guía que estaba en situación de moverme sola por allí. Quería hacer las fotos de nuevo pero en píxeles. Todos el mundo se hizo el tonto. Gracias a todo el material, la universidad me ofreció hacer en sus instalaciones mi primera exposición. La siguiente no llegaría hasta el último suspiro de la carrera. Fui comprando una cámara mejor y luego otra mejor conforme mi profesión avanzaba, me inculqué la tradición de estrenar allí todas mis cámaras de fotografía. Con la penúltima sucedió algo que no me cuesta reconocer porque me pudo la emoción del regreso: al aparcar el coche y preparar el equipo vi que me había olvidado las baterías a más de dos horas y media de coche de mi casa. Me dio igual. Entré casi de noche e hice algunas fotografías con el móvil. Medí muy bien el silencio. Tuve tiempo para acordarme de Gernika.

Años después me fui a vivir a la provincia de Tarragona y ahí, ya con mi Astra del 94, podía hacer todo lo que me propusiera. Y una de las cosas que me propuse fue ver y sentir los espacios en que se desarrolló la Batalla del Ebro, la que había que ganar y se perdió porque Negrín quería a los Internacionales fuera y Azaña soñaba con una paz pactada. Se perdió por muchas motivos pero si los máximos responsables no creen, las cosas nunca salen, por mucho empeño que le pongan los que siguen creyendo. Visité varias veces Corbella y Gandesa, pasaba horas en las trincheras y los diferentes centros de interpretación. Me faltaba el más lejano: Fayón.

En agosto de 2016 alcancé Fayón en pleno mediodía con un sol insoportable acompañado de un querido amigo historiador, empezamos a inspeccionar cada pieza, cada nombre, sonaba repetitivamente «si me quieres escribir… ya sabes mi paradero… primera linea de fuego…». Llegué a una pieza que jamás había visto más que en escala: uno de los tanques nazis. Apreté muchos los dientes pero no lo logré. Salí corriendo del museo. Me alcanzó la voz para decirle a Miguel, el taquillero y mucho más, que me disculpara, que necesitaba un momento y volvería a entrar.

Salí al abrasador sol y caí sentada, rendida. Empecé a llorar como una niña pequeña. Salió mi amigo y sólo podía repetir: ¿cómo se lucha contra eso? ¿cómo se lucha contra eso? ¿cómo? Sabía la respuesta: contra eso no se gana pero sólo podía llorar. Pedí a mi amigo que me dejara sola.

Al poco salió un hombre muy mayor: Germán. Me preguntó qué me ocurría, le contesté sin dar muchos datos, ya te dicen los padres que no hables con desconocidos. Pero, de una manera u otra, siempre acabo haciéndolo y prácticamente siempre he conocido personas e historias que guardo en la memoria y algunas libretas. Ante mi desolación, fue Germán quien habló. Era falangista, un hombre con 100 años y dos meses repleto de cicatrices. Estuvo a las órdenes de Millán Astray quien al bajito de Germán (que tras una batalla dentro de la batalla, se escurrió en plena noche para robar un vehículo del Ejército popular y llevar hasta la posición a los compañeros heridos) dejó suspendido con una mano estranguladora y le dijo: «no te fusilo porque has salvado a algún compañero». Me contó con lágrimas en los ojos su entrada en Teruel «cuchillo en boca, toda la calle era sangre, no me reconozco y sigo teniendo pesadillas». El tiempo pasó, fue recompensado por sus servicios. Apareció Miguel: «Venga, Germán, que ya sabemos que te gusta mucho estar cara al sol pero entra para adentro». Todos nos reímos. Pidió permiso a mi compañero para darme un abrazo. Le prometí volver.

Cada último sábado de julio en Fayón se reúnen más de 300 voluntarios (algunos venidos de países extranjeros, casi todos nietos de aquellos que aún creían). Y yo tenía una promesa pendiente así que regresé para ver a Germán. Todos los voluntarios llegan temprano, los vehículos suelen bajarlos al río los días anteriores. Hay mucho barullo y curiosos. Cuando va a empezar la reproducción de la Batalla del Ebro, bajan a Germán en una BMW de la época. Va en el sidecar. Todos se arremolinan para saludarle, hacerse fotos o darle unas palmaditas en la espalda. Cuando el año pasado bajó Germán, yo ya había recibido una bronca por llevar puesta una banana de la CNT-FAI:

-No puedes llevar eso. En el 38,…

-Lo sé, pero aún no ha empezado la guerra.

Me recosté sobre la tierra a esperar. Se hizo un claro, Germán me vio, sonrió y me hizo un gesto para que me acercara. ¿Quién no hace caso a un falangista? Ya a su lado, me cogió fuerte la mano y le dije al oído: 101 y dos meses, eh. Él respondió que estaría ahí hasta que la vida le dejara. «Hay que repetirlo cada año para que no se vuelva a repetir». La paradoja.

Volvimos a hablar mucho, muchísimo. Se arrepentía de tanto. Intenté consolarlo diciendo «la época» «tus amigos» «había que elegir» «Zaragoza era difícil» aunque sé que no lo conseguí. Igual que no me hubiera consolado explicarle la historia de mi abuela, de mi tío abuelo, de dos de mis bisabuelos a los que otros gallos les cantó. No estábamos allí para eso. Apretaba mucho el sol y su boina falangista estaba cogida en el hombro de ese uniforme tan azul. Yo, con mi boina cenetista, la cogí y se la coloqué. No sé cuántos móviles aparecieron en ese momento pero al reincorporarme supe que muchos.

Los capitanes fueron a reconocer el terreno, los brigadistas estaban situados, los soldados charlaban de sus armamentos y uniformes. Se lo compran todo ellos. Nadie olvida, en realidad. Tras el paso del río, la batalla de trincheras. Da igual los documentales que hayas visto, los libros leídos, las miles de imágenes, todo da igual cuando sólo hay humo, se oyen fusiles, gritos, algún herido (real, porque no se ve nada), tras nosotros sólo los sanitarios con los medios de la época. Aun sabiendo que no vas a morir, estás ahí en medio y todo bulle. Era una de las pocas personas con permiso para fotografiar de manera camuflada el evento desde dentro. Valoré entonces muchas de las imágenes que había visto y estudiado.

Parada para comer. Volví a mi boina roja y negra. La única con boina roja y negra entre más de 300 voluntarios. Con el rancho asegurado miré a mi alrededor, unas mesas más allá había un grupo de neonazis con sus uniformes nacionales. Tenían su mirada clavada en mí. Los tatuajes, tapados en la batalla, relucían ahora sus símbolos. Supe, porque fue más que una sensación, que de encontrarnos solos en una vieja trinchera me hubieran asesinado. Nadie olvida, en realidad.

Hoy es el último sábado de julio y a esta hora los F18 que simulaban los bombardeos a la tarde ya no surcan el cielo. Se cumple el 80 aniversario de los hechos. No he querido comprobar si Germán Visu Dies está hoy allí con sus 102 y dos meses pero sí he leído que han estado presentes dos veteranos, uno de cada bando. Me hubiera gustado preguntarles, olvidando todo lo aprendido, si existe la posibilidad de no olvidar la realidad.

Los reyes son los padres: Comprar libros en Navidad

Librería Synusia (Terrassa)

Librería Primera Página (Urueña, Villa del libro)

Queridos y queridas personas que leen, tengo la enorme convicción de que los reyes magos son los padres. Por eso escribo este post. Para poner algunas cosas del mundo del libro sobre la mesa y estéis informados aunque, como discípula del libre albedrío, cada uno actuará después como mejor le parezca. Simplemente recordar que todo es política y todas nuestras decisiones tienen consecuencias. Que luego todos lloramos cuando se cierran librerías o editoriales. Seguir leyendo «Los reyes son los padres: Comprar libros en Navidad»

¿Qué habría hecho Nico Rost? ¿Y Ernst Toller? ¿Romand Rolland? ¿Marcelle Capy?

No voy a analizar en detalle ni en general absolutamente nada, NADA, de lo que ha pasado en Cataluña y su relación con el gobierno central (que no Madrid, que es una ciudad con ciudadanos) los últimos 300 años, los últimos 40 años, los últimos diez años, los últimos cuatro años, los últimos dos años, el último mes ni antes de ayer. Es tarde para todo eso. Además ya es un relato y todos tendrán sus versiones, matices, culpables, traidores y sombras y no he venido aquí a señalar a nadie porque exactamente por lo mismo podrían señalarme a mí.

Lo que sí me he preguntado desde hace mucho tiempo, probablemente desde que viví el desalojo de Plaça Catalunya en 2011 es ¿qué habrían hecho entonces? En aquel momento ContraEscritura no existía así que era una pregunta que simplemente me hacía virando la cabeza hacia La Rambla o lo que fue el Hotel Colón para vislumbrar al PSUC y al POUM largándose a tiros de lado a lado de la calle, unos con la cabeza en la URSS y otros en el Ebro.

En aquellas largas, larguísimas horas. En esas horas en que de repente aparecía gente repartiendo agua y manzanas yo viví algo que jamás creí que haría. Viví la revolución de unas horas, lo que alcanzan a durar la mayoría, en que un grupo diversísimo de ciudadanos decían “no”. Aquel día eran los nuestros los que nos pegaron de hostias. Los Mossos con sus siempre impecables uniformes azules. Cada vez que les veo me pregunto si es fácil o no limpiar la sangre de una porra.

2011 quizá no sirviera para nada. Tampoco he venido aquí a analizar eso. Ya han corrido ríos de tinta e insultos virtuales por doquier para esclarecer si aquello fue algo durante unos segundos o fue lo que nos quisimos contar. Hoy, a esta hora, da igual.

Ahora es cuando me voy a Alsasua y un día de fiesta unos Guardias Civiles fuera de servicio se lían a bofetadas con unos chavales. Cárcel, cárcel para los chavales, toneladas de cárcel. A pesar de que en el resto del Estado sucesos similares se hayan saldado con poco más que un apretón de manos. Pero ¡AJÁ! Ibiza no es Alsasua, Berriozar ni Rentería, esos son sitios donde ha habido muchas sombras y donde miles, cientos de miles de ciudadanos han soportado durante años un nivel de injusticia insoportable. Pero ¡AJÁ! ahí había una guerra, o lo parecía, había dos bandos (sólo dos bandos, claaaaro) y el resto de los ciudadanos del país parecíamos tener claro los que hacían el bien y los que hacían el mal. Efectivamente, este es un jardín en que tampoco voy a entrar porque al final nadie tendría razón aunque yo siempre he pensado que podríamos llegar a un acuerdo de mínimos. Acuerdo, por cierto, que el gobierno estatal lleva años eludiendo de la manera más irresponsable. Es un caso único en el mundo. Una banda terrorista se rinde y el gobierno les dice que así no ¡AJÁ!

El caso es que un día, hace dos días concretamente, la Guardia Civil se plantó en medio de Barcelona. Pudieron hacerlo frente a Conselleries, en Canaletas o en el antiguo Hotel Colón, el resultado hubiera sido el mismo. La Guardia Civil en Barcelona es una aberración. Lo es en el imaginario colectivo de la ciudad. En Cataluña hay Guardia Civil, claro, pero nadie la ve ni la quiere ver. Cataluña y País Vasco son las dos únicas comunidades autónomas en que la Guardia Civil no tiene, por ejemplo, las competencias de regulación de tráfico en carreteras ni interurbano. Sus uniformes verdes crispan, sus tricornios crispan, su escudo crispa. La Guardia Civil, queramos aceptarlo o no, es un cuerpo de seguridad militar que hace como mínimo cuarenta años que debiera haberse abolido. Porque la Guardia Civil se concibió como una especie de SS o, si prefieren no ir siempre a los mismos referentes, como una especie de guardia pretoriana y hasta donde sabemos, las democracias sanas no necesitan de guardaespaldas.

La Constitución, en su artículo 104, fija a la Guardia Civil «la misión primordial de proteger el libre ejercicio de los derechos y libertades de los españoles y garantizar la seguridad ciudadana, bajo la dependencia del Gobierno de la Nación». ¡AJÁ! entonces, anteayer la Guardia Civil, o, mejor dicho “los chicos  del Gobierno de la Nación” se plantaron en medio de Barcelona para dejar claro que Cataluña no es una Nación (otro de esos puntos primeros del conflicto en su etapa temprana. ¡Qué feo eso de cargarte un Estatut cuando ya lo han votado sus ciudadanos, Rajoy! Esa patinada se preveía histórica y, por lo menos aquí, lo sabíamos. Si en ese momento no hubieras tenido tanto miedo a que Aguirre te quitara del sillón, igual te lo podrías haber ahorrado). Vinieron para decirnos que aunque no éramos una Nación formábamos parte de otra un poco así como “por sus cojones” y que por tanto debían venir a defender nuestros derechos, libertades y seguridad. Los y las de todos, eh: los que se sienten catalanistas, internacionalistas, xarnegos, los que no quieren elegir, los de derechas, los que nos han robado envueltos en la senyera (que no, de verdad, que los catalanes idiotas del todo no somos y sabemos que nos han robado los nuestros igual que nos han pegado los nuestros), pobres, inmigrantes, todos, éramos españoles “por sus cojones”. La gente, claro, hizo lo único que sabemos hacer en Barcelona que es tirarse a la calle y decir «no». Lo vi cuando asesinaron a Ernest Lluch al lado de mi casa, cuando pedimos a Aznar que saliera de la foto, el 15 de marzo de 2004 desde las 9 de la mañana hasta muy entrada la tarde. Los estudiantes, por lo menos, éramos incapaces de irnos a casa sin llegar a comprender cómo nos dolía tanto. Lloré de nuevo cuando de noche, tras el desalojo de Plaça Catalunya, encendí la televisión y la gente de Madrid gritaba en Puerta del Sol “Barcelona no estás sola”. Aquel 2011 mi relación con Madrid cambiaría para siempre y lloré porque fue un día duro, durísimo. Fui sola y sola volví. Me ardían los hombros quemados por un día entero de sentada y callejeo. Entendí de manera absolutamente cristalina cuál era mi bando en la toma del Parlament. Un hombre de cierta edad pegó su rostro al casco de un Mosso y gritó: “No me queda nada, ni miedo”. Así me sentía yo mientras Mas bajaba del helicóptero para salvarse de sus ciudadanos. Si la pelea que se produjo días después entre Mossos y Bomberos se hubiera extendido yo sabía que hasta provocado por el accidente más tonto podía no volver a casa. No tenía nada, ni miedo. Esos días algunos pensamos que si prendían Gràcia, Sants y Poble Sec la ciudad se volvería un caos. No llegó a suceder. El pasado agosto mi llanto se hizo grito en pleno minuto de silencio en la Plaza del Ayuntamiento de Pamplona por el atentado de Barcelona. Katixa y Ana me sostuvieron. Debí joderles la toma a los de televisión con esos políticos tan bien cuadrados frente al edificio. Una señora me miraba de reojo y empezó a llorar porque yo lo hacía. Noté cómo le dolía mi dolor.

A Barcelona le quedan muy pocas calles con adoquines. Esto no es una casualidad como no son un capricho arquitectónico las fuentes de Trafalgar Square. A Barcelona siempre le sopla un aire ácrata por mucho burgués que nos robe o por mucha clase media-guay que crean haber creado las postolimpiadas. Salgan de las vías principales y encontrarán una ciudad que sigue clamando justicia social, aunque algunos hayan puesto el acelerador en otros puntos de sus programas electorales.

¿Y por qué escribo yo esta sarta de obviedades? Pues para permitirme una más. La primera es que el derecho a decidir y el derecho a la autoderminación no son lo mismo y que todos los españoles deberían estar a favor del derecho a decidir porque es un derecho, como lo fue el divorcio, el aborto, el voto universal, el femenino, que necesitamos más que nunca. Es un derecho que necesitamos para limitar la representatividad ineficiente en pro de mayores cuotas de democracia directa. Ay, mis políticos, les salió fatal eso de mandar a los hijos de los obreros a la universidad para contener cifras de desempleo y tener mano de obra barata porque aunque lo consiguieron quedamos algunos que sabemos perfectamente de dónde venimos y a dónde queremos llegar.

Mi postura en estos años fue la de miles: queremos referéndum y que salga lo que tenga que salir porque muchos sabíamos o creíamos saber que ganaría el “no”. Porque éramos miles llorando por Madrid y Ernest Lluch. Porque a mí lo que me duele es la injusticia, sufra quien la sufra y lo que intento evitar es el fascismo, germine donde germine.

Y llegados a este punto creo que ya sé la respuesta a mi pregunta inicial. Gritar, luchar, seguir, permanecer. Aunque no esté del todo de acuerdo en cómo se está haciendo, aunque no quiera separarme de nada o sí o lo que sea. Tenemos la opción, como tantos hombres y mujeres de la Historia, de seguir con nuestras vidas o empezar a cambiarlo todo. Tenemos la opción de acabar formando parte de la Historia, fallida o no, del intento de cambio o permanecer impávidos cuando no soltando la burrada de turno en la red social que más nos satisfaga el ego.

Creo que Nico Rost diría “me niego” y jamás usaría la cultura y la lengua como arma política, Ernst Toller rompería las suelas de sus zapatos y sus cuerdas vocales para evitar la tempestad: en Baviera, en España y en el mundo, Romain Rolland fundiría la medalla de su Nobel para llamar a la huelga general indefinida y crear un comité de ayuda entre obreros para que recordaran quiénes son los verdaderos bandos del conflicto, Marcelle Capy haría comprender a las mujeres que la mayor parte de las revoluciones que finalmente triunfaron las iniciaron precisamente ellas bien porque sus hijos pasaban hambre bien porque se enviaba a sus hombres a una muerte absurda.

No confío en la gente con corbata ni en la que viste camisetas con proclamas. No confío porque no me gustan ni los disfraces ni los uniformes. Confío en que alguien entienda qué es lo verdaderamente importante de todo esto: la oportunidad.

El 17 de junio de 2017 Lorca escribió un poema

La primera vez que estuve en Nakama inspeccioné la librería y me enamoré de una lámpara libro faro. Ahí estaba, mi playa en Madrid. Sin embargo, no dije nada. Hice una foto o dos y me fui.

Cuando Rafa y Miren vieron esa foto en el Instagram de ContraEscritura me enviaron un privado del tipo “¿¡Cómo puedes haber venido y no habernos dicho quién eras!?” Fue una mezcla de vergüenza y prisa pero volvería porque entonces yo iba cada poco a Madrid.

La segunda vez que estuve en Nakama pasé más de una hora hablando con sus libreros. Recuerdo que llegó el comercial encorbatado de una distribuidora y Rafa le indicó que no podía atenderle, que estaba hablando conmigo. En aquel momento supe que estaba en uno de esos lugares en que las personas y los abrazos son más importantes que todo lo demás. Aun así, yo me senté en el sillón amarillo y dejé que aquel tipo hiciera su trabajo porque yo no tenía prisa. Creo que desde que empecé a hacer libros casi nunca tengo prisa. No nos hicimos ninguna foto. En el AVE de regreso tuiteé: “Ojalá siempre te lo pases tan bien como para olvidar hacer fotos”.
Desde entonces, he pasado muchas veces por Nakama. Allí se enfrentaron Rafa y Salva en un cara a propósito del primer aniversario de Ensayos del dolor propio y entre ellos nació algo que creo que jamás se desvanecerá. Luego hemos llevado a Nico Rost, a Toller, o lo que es lo mismo, a Núria Molines y a Ronald Brouwer. Siempre han estado los contrasocios madrileños allí: Jose, Alberto, Lidia, Vicente,… y personas que nos conocían o conocían a Rafa y a Miren, esas personas que siempre me hacen hueco en la agenda aunque el tiempo con el que avise sea ínfimo. Hemos cenado, hablado, confesado,… he estado en su casa. Venden los libros que hago pero aunque no lo hiciera, sé que seguirían en mi vida.

Un día, no sé muy bien el porqué, decidí que estos dos últimos años había conseguido cosas increíbles. Hacer libros. Hacer libros sin dinero. Hacer libros sin dinero y sin tener que pedirle un crédito a un banco. Junto a Núria, arañar las paredes de la Historia para arrancarle hasta la última astilla al olvido. Gracias, Núria.

Dos años igual no son mucho tiempo. Aunque si ContraEscritura fuera una persona habría tenido tiempo para nacer, respirar, gatear, le habrían empezado a salir los dientes, a tropezar y a caminar. O eso creo porque no sé nada de niños.

En cualquier caso, necesitaba agradecer y agradecerme el esfuerzo de dos años de éxitos, fracasos, encontronazos, rupturas, decisiones, saltos al vacío y economía de la imaginación. Dos años igual sí son mucho tiempo.

Un día llamé a Nakama para preguntar si el día 17 estaba libre en el calendario para una fiesta. Nada de presentar, nada de vender, sólo festejar. La respuesta fue, cito, “sí a todo”. Mi playa en Madrid.
Desde marzo preparé el photocall mientras se calentaba mi comida, cada día un poco. Si tenía que ir a comprar grapas, aprovechaba y me hacía con vasos, platos y algún globo. Así hasta el 17 de junio. Aquel día desembarqué en Nakama por la mañana tras un viaje infernal en coche desde Valencia, una presentación el día anterior y una reunión de trabajo a las 10 a la que llegué tarde porque la calle Hortaleza siempre es una trampa para coches. Desembarqué cargada de cosas que hasta ese momento sólo eran bolsas y cajas que abarrotaban mi cueva de trabajo pero que en mi cabeza tenían sentido. Abrazar a Rafa y a Miren ya era oler a fiesta.

Quedamos a las seis para prepararlo todo. Al llegar estaban allí Katixa, que había cerrado su librería Deborah Libros en Pamplona por mí y que encima me había regalado la camiseta más molona del planeta, Núria, Dani, Maje y Raúl. Intenté explicar cómo imaginaba todas esas cosas que había estado preparando en ese espacio pero al final ellos lo hicieron mejor. Rafa corría de un lado para otro con botellas y nos nombró encargados de que siempre hubiera bebida fresca e ir rulándola entre los invitados. Reconozco que es algo que no hice en toda la fiesta. Mis disculpas.

A las siete y pico me fui a una peluquería cercana porque sigo sin saber peinarme y quería evitarme el calor en la nuca. Cuando regresé, había mucha más gente en la librería. Y cada vez más. Y más. El calor anunciaba que iba a ser insoportable que tanta gente estuviera dentro de la librería así que invadimos parte de la calle Pelayo.
No bebí ni una gota de alcohol pero soy incapaz de recordar muchas de las cosas que me pasaron, por no hablar de las que evidentemente no viví porque las estaban viviendo otros a escasos metros de mí.

Pude ver a Javi, que estaba enfermo y vino, a libreros-soldado de Pynchon&Co, Katakrak, La Vorágine, Libros de Arena. Pude ver a Ana que salió volando para llegar, a Bea que literalmente llegó volando, a una tribu de traductoras que quisiera abrazar, a autores, traductores y mi calígrafo particular que no estaban allí por obligación de cena de empresa sino porque querían. Incluso Vicente con María y el pequeñísimo Pau que ya tiene su chapa “me niego”.

Pude ver a mi familia al completo: mama, papa, Mireia y Xavi, ¡GRACIAS! Han sido (dejando ContraEscritura a un lado) dos años difíciles para todos y vinisteis. Sois mucho más que todos los buenos consejos que me ofrecéis.Y ahí estuvo papá-becario para recibir el reconocimiento que merecía.

Olvido gente, olvido conversaciones, olvido momentos pero me inunda la esencia. Recuerdo que un montón de personas: socios, libreras, lectores, desconocidos que ya no tanto, mi chica rapada y tantos y tantos estaban ahí, venidos de cerca y de lejos, disfrutando de la existencia. Hablaban unos con otros como si se conocieran de siempre o no, a saber de qué hablaban. Vi abrazos. Un grandísimo puñado de personas que apenas recordaron que en sus bolsillos tenían móviles con los que hacer fotos. Los olvidaron. Por eso casi no hay fotos de esa fiesta ¡qué raros somos!

La mayor parte de ellas son del momento en que Bea habló (o, mejor dicho, leyó para evitarse el llanto de emoción que yo sé que le recorría la garganta).Yo no lo logré.

Otras tantas, por supuesto, son de Miren y yo desinflando nuestros pies en agua helada. Estoy segura de que Lorca estaba escribiendo un poema en aquel preciso instante. Un poema de noche que tarda en llegar y estrellas solitarias que se dan luz unas a otras, de risas en los adoquines.

Me disculpé ante los nakameros por las pérdidas económicas que debió causarles una tarde de sábado con la librería invadida. No me las aceptaron y entiendo por qué. Porque no somos esa clase de gente, somos distintos, imanes de resistencia ¡Y MENOS MAL!

 

Lo repetiré una vez más. ContraEscritura no se explica, se vive. Hasta el próximo verso.

Cuenta atrás: FIESTA segundo año de resistencia editorial

Es evidente que yo tengo muchas cosas que hacer antes del día 17. Concretamente, tres presentaciones (Valladolid, Urueña y Madrid), firmar un contrato (de esto no os cuento nada que luego todo se sabe), recibir una copia de un contrato ya firmado, dos reuniones de trabajo,… PERO es un hecho, el calendario lo dice: quedan 9 días para la FIESTA del segundo año de resistencia editorial.

Os digo desde ya que me alegra muchísimo saber que vendrá Bea desde Bruselas, Ana desde Iruña, Maje desde Marbella, que también vendrán Javi, Claudia, Lenis, Sara y todos los seres que fueron ContraEscritura cuando ContraEscritura era poesía y palabras de medianoche y no tienen boda ese día. También viene Salva desde Nueva York y Macky no sé muy bien desde dónde porque está de tour con su nuevo poemario, Sótano. Son los autores vivos que acudirán (aviso por si tienen ejemplares pendientes de dedicatoria o firma). A los muertos no se les espera pero estarán. Vendrán Núria y Dani que me dejan dormir en su sofá con bastante asiduidad. Vendrá Sergio que fue la primera persona que me dejó editarle algo. Vendrán Edu de Katakrak, Katixa de Deborah Libros, representantes de La Vorágine de Santander, de Pynchon&Co de Alicante, José Ángel de Libros de Arena, desde Vallecas vendrá La Muga,… Vendrán muchas personas que para mí son importantes. Aitor, que caligrafía las portadas de ConTexto y soporta mi perfeccionismo radical, traductoras, ilustradoras, vendrán muchos socios y socias (Alberto, Jose, Isabel, Raúl, Vicente,…), también algunas personas a las que sólo he abrazado el avatar y quiero saber cómo huelen… Vendrán mi madre, mi padre, mi hermana y mi cuñado, que son quienes más me ven llorar y reír y correr de un lado para otro.

Pero -para evitar que empiece a llorar- vayamos a lo importante:

No importa si conoces a mucha gente, a poca o a nadie ¡VEN! Si has acabado en ContraEscritura es porque, por lo menos, estás tan loco como el resto de personas que estarán en Nakama en esos momentos. Podéis debatir sobre si algún día aprenderé a mezclar otros colores que no sean rojo, blanco y negro, presentar un libro sin hablar de ninguna guerra o empezar por preguntaros ¿cómo llegaste tú a esto? ¿sabes si tiene cura?

Habrá dos modelos de tazas (20 «De donde yo vengo el raro eres tú» y 20 «Me niego»). Se pueden adquirir ambas PERO por estricto orden de llegada. Son 10€ cada una, el pago debe hacerse en efectivo Y ES NECESARIO QUE SE VENDAN TODAS ¿por qué? pues porque las tazas, además de para saciar vuestras peticiones sobre la necesidad vital respecto a tener contratazas, sirven para pagar el catering y la bebida. Sí, ya sabéis que lo mío es la economía imaginativa.

Este año ha sido duro, durísimo por muchas causas. Han fallado algunos cálculos y, por eso, con el consentimiento tanto de Nacho como de Laia, vamos a subastar el original de la portada de «Una silla para la soledad». Se tratará de una subasta ciega. Colocaré un bote en el mostrador de Nakama junto a un blog y un bolígafo (el bolígrafo no se puede robar ¡QUE NO SOMOS UN BANCO!). El que lo desee, puede anotar su nombre y puja, doblarlo y meterlo en el bote. A las 21:00 yo me encerraré a repintarme los labios de rojo, veré los resultados y se hará entrega de la ilustración. He decidido no enmarcarla porque no sé si vuestras casas con blancas, abedul, nogal o negro-marrón. ¿Para qué necesito ese dinero? Fácil, para pagar la siguiente portada que va a realizar Laia. (El dinero de la puja también hay que llevarlo en efectivo por evitarnos transacciones bancarias luego con los nakameros que suficiente tienen con aguantarme mis tonterías).

Creo que no hace falta decirlo pero como Voltaire dijo que el sentido común es el menos común de los sentidos, lo digo: habrá comida y bebida así que mucho, muchísimo cuidado con los libros y la librería en general. Miren y Rafa tienen su vida volcada en ese espacio y nos lo ceden por amor, respondamos con el respeto que corresponde. Y si alguien pregunta, estamos debatiendo sobre si la amapola es la mejor flor del universo (aunque sea obvio que lo es).